Hace muchos días que me veo convertido en navegante solitario. Timonel, oficial, tripulación y grumete -todo junto y a la vez- de este barco que avanza lento y sin rumbo.
Poco viento sopla en estas velas y este silencio me hace creer que en verdad la soledad sea el único horizonte.
Es difícil mantener el sur (que siempre he preferido al norte) cuando las cosas se tuercen y parece que eres el único a bordo...
Es duro, digo, porque a todo timonel, oficial, tripulación o grumete le toca pasar por tormentas y mares tan oscuros que parecen no tener fin. Entonces, los gestos y las palabras son tal vez la única luz que nos ayuda a encontrar la salida.
Pero tanto silencio quema en los oídos.
Foto de José Miguel López [JoMiLoBeL en flickr.com]
4 comentarios :
Tienes razón, y además me gusta la metáfora usada, pero...¿y la alegría que se siente cuando después de pasar largo tiempo viendo sólo agua y agua, atisbas de pronto la línea, allá a lo lejos, de la costa y se renuevan las fuerzas perdidas? Siempre hay una costa a la que arribar.
De la oscuridad surge tu voz amiga para recordarme que no estoy solo...
Gracias.
A lo lejos suenan truenos y relámpagos anunciando temporal.
No importa.
No importan el rumbo ni el destino. Si la tripulación y los amigos están en su sitio llegaremos a buen puerto.
A veces “reposamos” en las bodegas del barco… una “siesta” larga, inversos en pesadillas cotidianas. Pero tarde o temprano despertamos y siempre subimos a cubierta, al sol.
No pienses que navegas solo… eso nunca.
Otra voz cálida sale a la luz reclamando su lugar en cubierta.
Gracias por regresar. Tu ausencia se hizo eterna.
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